Friday, August 15, 2008

Cuatro leyendas chinas sobre la Vía Láctea

Según la mitología griega, la Vía Láctea debe su origen a una disputa entre Heracles —hijo de la mortal Alcmena y de Zeus— y la esposa de éste, Hera. La leyenda afirma que la diosa se despertó en mitad de la noche y sorprendió a Heracles amamantándose furtivamente en su pecho. Presa de un ataque de ira, apartó bruscamente al semidiós, derramándose así numerosas gotas de leche que formarían la galaxia que alberga el sistema solar.

No obstante, los griegos no fueron los únicos que se plantearon la génesis de la Vía Láctea: sin ir más lejos, el país que durante estos días alberga los JJ.OO. también cuenta con sus propios relatos legendarios. La antología de narraciones mitológicas recopiladas por Gabriel García-Noblejas (Trotta, 2004) servirá una vez más para profundizar en la milenaria tradición oral china, incidiendo esta vez en su preocupación por la bóveda celeste.

El primer texto recogido por el autor corresponde a la obra Novelas, citada en Recopilación de ordenanzas mensuales. A tenor de la misma, la hija del Emperador Celestial, que vivía junto al Río de Plata (es decir, la Vía Láctea), trabajaba sin descanso como tejedora, hilando nubes de seda destinadas a servir de abrigo para el cielo. Su dedicación era tal que la joven fue descuidando cada vez más su aspecto físico. Compadeciéndose de su situación, su padre permitió que se casase con un boyero que habitaba en la orilla opuesta. Sin embargo, tras el enlace, la chica descuidó sus tareas, lo que desencadenó la cólera del Emperador. El mandatario la obligó a separarse de su marido y a retomar su labor, concediéndole la oportunidad de cruzar el río una vez al año para visitar a su esposo.

El segundo fragmento procede de un apéncide del Diccionario Eyra. Éste explica que las urracas, con sus alas y sus plumas, tienden un puente colgante sobre el Río de Plata para que la tejedora —a la que se alude en el parágrafo anterior—pueda llegar hasta una estrella.

Por otro lado, la Compilación histórica general de Wu Jun reza que el séptimo día del séptimo mes del año, momento en que la tejedora cruza el río para reencontrarse con su esposo, todos los mortales deben dirigirse a palacio.

Finalmente, en Relación de las cosas del mundo, Zhan Hua cita una narración protagonizada por el misterioso habitante de una isla. Éste contemplaba que cada año, en el octavo mes, una chalupa alcanzaba la costa. El hombre decidió levantar un toldo en ella, llenarla de provisiones y hacerse al mar con ella. Después de 10 días de navegación, perdió la noción del tiempo y, otros 10 días después, el navegante alcanzó una fortaleza colmada de grandes edificios y de un palacio, en cuyo interior un grupo de mujeres tejía sin parar. Un boyero se acercó entonces al recién llegado para preguntarle por el motivo de su viaje. Tras ponerle al corriente de su odisea, el eventual marinero quiso saber dónde se encontraba, pero su interlecutor le remitió al adivino Yan Junpin. Fue a verle, y el brujo le comunicó el nacimiento de una nueva estrella. El aventurero se percató entonces de que se encontraba en la Vía Láctea. Un lugar que, según el libro que nos ocupa, confluye con el Huáng Hé o río Amarillo, el segundo más largo del gigante asiático.

En la imagen, el mapa estelar conocido más antiguo del mundo, creado en China en el siglo VII d.C. Fuente: www.nueva-acropolis.es.